martes, 4 de marzo de 2014

Los volátiles del Beato Angélico

Antonio Tabucchi, Los volátiles del Beato Angélico, traducción de Javier G. Rovira y Carlos Gumpert, Anagrama, 1997

Pequeños relatos o cuentos encabezados por el que presta su título al libro, de los que el propio autor habla así: "Hipocondrías, insomnios, impaciencias, desazones, son las musas cojas de estas breves páginas. Hubiera querido titularlas Extravagancias, no tanto por su carácter como porque muchas de ellas me parecen vagar en un propio y extraño fuera que no posee un dentro, como astillas a la deriva supervivientes de un todo que nunca ha existido..."

El primero de los relatos, Los volátiles del Beato Angélico, empieza así: "El primer volátil llegó un jueves de finales de junio, a la hora de vísperas, cuando todos los frailes estaban en la capilla para el oficio..."

Después del primer volátil, llegó otro y después otro y al cabo de un tiempo... "el volátil sonrió, y antes de dejarlo le dijo con un murmullo de alas: Mañana nos debes pintar, hemos venido a propósito."

Así que Fray Giovanni, al día siguiente se puso manos a la obra... 
 "Algunos días antes, con algunos hermanos que le servían de ayudantes, había pintado en la vigesimotercera celda del convento la crucifixión de Cristo, y había querido que sus colaboradores bañaran el fondo de verduzco, que es una mezcla de ocre, negro y cinabrio, porque quería que fuera el color de la desesperación de María, que señala al hijo crucificado con gesto pétreo. Pero entonces, como tenía allí a su disposición aquella criaturilla redondeada con la cola inaferrable como una llama, para aliviar el dolor de la Virgen y hacerle comprender que el sufrimiento de su hijo era voluntad de Dios, se le ocurrió representar a algunos seres divinos que como instrumentos del destino celeste se dispusieran a remachar los clavos de las manos y los pies de Cristo. En consecuencia, llevó al volatil a la celda, lo puso sobre un taburete, boca abajo para que pareciera estar en vuelo, y en una posición semejante lo pintó en los extremos de la cruz, representándolo con un utensilio para golpear los clavos en la mano derecha: y los frailes que habían pintado al fresco la celda con él miraban atónitos aquella extraña criatura, a la que él con increíble rapidez hacía surgir con el pincel desde las tinieblas de la crucifixión, y exclamaban a coro: ¡Oh!"


 "Añadió otra figura en un fresco ya terminado, el de la trigesimocuarta celda, donde ya había pintado el Cristo de la oración en el huerto. La pintura parecía ya completa, como si no hubiera más espacio; sin embargo, encontró un rinconcito sobre los árboles de la derecha y allí pintó al libelulón que tenía el rostro de Nerina, con sus alas translúcidas y doradas; y le puso en la mano un cáliz para que se lo ofreciera a Cristo."

"Después, por último, pintó al volátil que había llegado el primero, y eligió el muro del pasillo del primer piso, porque quería una pared amplia con una buena perspectiva. Ante todo pintó un pórtico, con columnas y capiteles corintios, y después la vista de un jardín cercado por una empalizada. Y por fin colocó en pose al volátil, en posición genuflexa, apoyándolo sobre un sitial para que no se cayese; le hizo cruzar las manos sobre el pecho en actitud reverencial y le dijo: Te cubriré con una túnica rosa, porque tienes un cuerpo demasiado feo. La Virgen la pintaré mañana, tú resiste esta tarde y después podréis marcharos; estoy haciendo una Anunciación."