domingo, 12 de octubre de 2014

Tierras de la memoria

Felisberto Hernández, Tierras de la memoria, Arca, Montevideo, 1967

Todo un descubrimiento... Llevo algún tiempo leyendo y releyendo algunos de mis autores sudamericanos favoritos. Cuentos y novelas de Bioy Casares, de Borges, de Onetti, de Cortázar... Casualmente encontré en algún artículo -creo que sobre Onetti- una referencia a Felisberto Hernández, un autor uruguayo totalmente desconocido para mí.

He empezado a leer su novela póstuma Tierras de la memoria, que desde sus primeras páginas me está conmoviendo profundamente... Desde su prmera línea: "Tengo ganas de creer que empecé a conocer la vida a las nueve de la mañana en un vagón de ferrocarril."

En la tercera página leo: "Yo tenía la mala condición o la debilidad de no poder aislarme del todo de las personas que me rodeaban. Al tenerlas cerca no podía evitar el trabajo de imaginar lo que ellas pensarían. Ellas, con su manera de sentir sus vidas, entraban un poco en la mía y según fuera la calidad de esas personas, así sería el sentido que tomarían los instantes que yo viviría junto a ellas."

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"La menor de las hermanas tenía una manera muy querida de llevar para todos lados su cuerpo alto; y un descuido lleno de ternura en su manera de ser gorda."

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"Era como la cara inmóvil de una cabeza que adentro tiene pensamientos que se están haciendo y uno no sabe cómo serán."
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Ilustración de Julián Gutiérrez Vallejo

Tierras de la memoria

Para arrojar luz sobre la novela inconclusa Tierras de la memoria, hay que estudiar su complicada carrera editorial, con todo lo que ésta entraña de segmentación, capricho y disonancias. De ahí que fijemos tras este aviso el calendario de la obra citada. El 23 de junio de 1944 pudieron los lectores disfrutar de algunos de sus fragmentos en las páginas de El Plata. Tres meses después, hicieron lo propio quienes compraron los Papeles de Buenos Aires, y ya en diciembre, una parte del mismo relato ocupó las planchas de Contrapunto. Quienes deseaban gozar de la pieza en su totalidad debieron esperar dos décadas, pues Tierras de la memoria fue editada póstumamente, en la primera tirada de las Obras Completas de Felisberto Hernández, que Arca comercializó en 1965. En México, la colectánea de su producción salió a la venta en 1983, con el sello de Siglo xxi. Bajo el epígrafe de Tierras de la memoria, dicha edición incluía el relato homónimo más «El cocodrilo», «Lucrecia» y «La casa nueva».

Al igual que Por los tiempos de Clemente Colling y El caballo perdido, este escrito forma parte del ciclo de evocación autobiográfica que vino a enlazar Felisberto. Cosa extraña: el autor no mostró un gran interés en dar vuelo editorial a su textos. Uno de sus principales analistas, José Pedro Díaz, revisó el epistolario con Paulina Medeiros del uruguayo, donde se advierte con claridad que ella buscó editor para la obra, e incluso anunció a su esposo —en las cartas del 22 de julio y del 2 de agosto de 1944— que la imprenta pronto lanzaría las primeras copias. Según indica Díaz, el escritor «no se preocupó; ni siquiera alude a ello en sus cartas. El hecho es sorprendente, porque no se trata de un autor que habitualmente diera tan poca importancia a sus publicaciones. Por otra parte su correspondencia pone en evidencia que, mientras tanto, ya estaba escribiento otra novela» (Felisberto Hernández: El espectáculo imaginario, Montevideo: Arca, 1991, p. 147). Concentrado en esa nueva obra, rotulada La novela del concierto y, en otra parte, El comedor, Felisberto no pareció interesado en concluir en un plazo razonable Tierras de la memoria. La última versión nos ha llegado deshilvanada, sin una estructura unitaria que comprometa sus episodios y les dé cuerpo. Por este escamoteo de los andamios, tan apropiado para despistar a la crítica, ni siquiera sabemos con seguridad qué enmiendas y retoques son los más precisos a la hora de fijar el material existente.

Al margen del extravío y de que varios de sus pasajes fuesen editados con título propio, parece claro que no se trata aquí de dar forma a lo informe. Muy al contrario: la coherencia temática y conceptual del texto queda delimitada por los recuerdos de una infancia enriquecida por tres actividades iniciáticas: la escuela, las clases de piano y las excursiones junto a los Vanguardias de la Patria. En palabras de Rocío Antúnez, «el desandar el camino supone una transgresión a las coordenadas de la existencia: el escribir los recuerdos la proyecta al infinito. La escritura opone un presente y un pasado eternizados en el repetirse incesante de las lecturas a la certeza de un devenir que acaba con la muerte» (Felisberto Hernández: El discurso inundado, México D. F.: Instituto Nacional de Bellas Artes, 1985, p. 38).

Observador perspicaz, atento a los detalles que la costumbre oculta, Felisberto Hernández expone sus espectros a ese fluir de la conciencia que, con cierta sensualidad, viene a identificar con el agua. Al desdoblarse en la narración, también revela cierto distanciamiento ante lo rememorado, e invita al lector a meditar sobre el fragmentario y huidizo entorno. Así, nos dice: «Tengo ganas de creer que empecé a conocer la vida a las nueve de la mañana en un vagón de ferrocarril». Y más tarde, formula una confesión llena de sentido: «Ahora pienso que en aquella época yo viajaba sin recuerdos: más bien los hacía; y para hacerlos intervenía en las cosas; pero mi acción era escasa comparada con la de mis compañeros; atendía la vida como quien come distraído».

Fuente: Centro Virtual Cervantes 

"Hernández apoya en lo vivido para recordar, y usa sus recuerdos como el material más inmediato, pero no para trabajar sobre lo recordado sino sobre los modos de su evocación, sobre la relación de su presente con lo evocado, sobre el modo de asirlo de que dispone." (José Pedro Díaz, "F. H.: Una conciencia que se rehúsa a la existencia")